“Señor, no soy digno de que entres en mi casa…”. Mt 8, 8 El centurión necesitaba que Jesús sanara a su sirviente y, ante su disponibilidad de ir hasta su casa, él, sabiendo su situación de pecado, insiste a Jesús que haga el milagro a distancia. Este pedido tan inusitado revela la grandeza de la fe de este hombre, que, si bien era un pecador, tenía una fe tal que impresionó hasta a Jesús. Todos queremos ser tocados, queremos recibir a Jesús en nuestra casa y nos olvidamos de que Dios, en su omnipotencia, puede darnos la gracia que necesitamos también de otro modo. Aun siendo indignos de estar con el Señor en nuestra casa, de igual modo él puede salvarnos. Paz y bien.