El evangelio de este domingo nos presenta de nuevo una pregunta hecha por los fariseos, quienes continúan queriendo poner a prueba a Jesús. Ellos desean que él caiga en contradicciones o que diga algo contrario a la Ley de Moisés para que puedan acusarlo y matarlo.
La intención de los fariseos se manifiesta con esta pregunta, aunque buena e interesante, en verdad, quiere ser una trampa para hacer caer a Jesús. Esto nos hace pensar que pueden existir motivos diversos por los cuales nosotros podemos hacer una pregunta.
Podemos hacer una pregunta como un médico, donde la justa respuesta será un bien para el propio paciente. Podemos hacer una pregunta como un profesor en el día de examen, queriendo solamente saber si el alumno es capaz de dar la respuesta justa. Podemos preguntar como un abogado en un tribunal, que quiere hacer caer al testigo en contradicción o colaborar con su acusación. Podemos hacer una pregunta sólo por curiosidad, para controlar mejor a los demás. Podemos hacer una pregunta como un político, pensando en quitar provecho y manipular la respuesta. Podemos hacer una pregunta como un enemigo, queriendo colocar a la persona en una mala situación. Podemos hacer una pregunta como un amigo que se interesa por la vida y el pensamiento del otro… y –por supuesto– podemos hacer una pregunta como un discípulo, esto es, como uno que quiere conocer mejor la propuesta para poder vivir más profundamente su fe.
Como sacerdote, ya he encontrado muchas personas que me querían hacer preguntas sobre la fe, sobre la vocación, sobre la relación con Dios y sobre la vida eclesial, pero en verdad pocas tenían la motivación de un discípulo. Algunos sólo querían escuchar una respuesta que les confirmara en sus prejuicios y –aunque intentara darles una respuesta diferente– ellos no eran capaces de escuchar. Otros sólo querían colocarme en ridículo delante de los demás con preguntas capciosas y maliciosas. Otros querían poder manipular mis palabras o mis raciocinios para que todo se quedara a favor de ellos. Otros querían demostrar que la fe es una cosa ingenua e insostenible y que la Iglesia es anticuada y retrograda. Delante de esta manipulación del dialogo, a veces no sabemos si es útil o no responder.
Aun teniendo en cuenta esto, sabemos que no sirve de nada hablar de los demás si no somos capaces de mirarnos a nosotros mismos. También muchas veces hacemos preguntas sobre estos argumentos espirituales, pero debemos verificar cuál es nuestra intensión. Cuando preguntamos alguna cosa a Dios, debemos de verdad desear su respuesta y estar dispuestos a trasformar con ella nuestra vida. Dios, cuando descubre que nuestra pregunta nace de un corazón que quiere ser discípulo, que quiere descubrir un modo de vivir más intensamente, que está buscando crecer en la fe y encontrar nuevos modos de expresarla, nos responde dándonos el don de su Espíritu.
Infelizmente este no era el caso de los fariseos. Ellos sólo querían colocar a Jesús a prueba. La respuesta exacta de Jesús sobre la centralidad del amor en la ley de Dios, no cambió en nada la vida superficial de ellos.
También nosotros seremos como los fariseos, si este domingo salimos de la Iglesia sin haber hecho el propósito de –en nuestras vidas– amar a Dios sobre todo y al prójimo como a nosotros mismos. No basta saber que este es el mandamiento más importante si yo no lo pongo en práctica. Es importante saberlo, pero esto aún no es nada. Es importante saber la receta de la torta para poder hacerla, pero nadie es un buen cocinero sólo por saber la receta, si nunca hizo de verdad una buena torta.
Señor, enséñame a saber preguntarte las cosas como un discípulo, queriendo sinceramente conocer la respuesta para conformar mi vida a lo que tú esperas de mi… Dios mío, no permitas que yo conozca las cosas sólo intelectualmente, no permitas que yo sepa claramente cuáles son las verdades centrales de mi fe sin que las practique. Yo sé que la coherencia total es muy difícil, pero sé también que con tu gracia puedo aproximarme cada vez más a aquello que es lo ideal. Señor, enséñame no sólo a saber que debo amar, sino que ayúdame a amar de verdad...a amar como tú amas.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.