“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” Mt 22,21
Cuántas veces ya escuchamos o dijimos esta frase en tantas situaciones diferentes de nuestra vida. Ella es una de estas formulaciones magistrales de Jesús. Hasta los que querían ponerlo a prueba se quedaron maravillados con su respuesta. Más allá de las razones socio-políticas que llevaron a Jesús a proclamar esta máxima, dejando contento a todos, queremos meditar sobre su sentido en nuestra vida actual. En la época de Jesús, han quedado contentos los que creían que se deberían pagar fielmente los impuestos al Imperio Romano, pues efectivamente la moneda corriente tenía la marca de César; como aquellos que creían que el pueblo de Israel, liberado por Dios de Egipto, debía un tributo por la tierra y la producción sólo a Dios mismo, sin tener que pagar nada al imperio extranjero.
Al final, corresponde a cada uno poder verificar qué cosas son del César y qué cosas son de Dios en nuestras vidas. Jesús hoy nos enseña que tenemos que saber discernir, tenemos que conocer las cosas para poder saber cuáles son de Dios y cuáles son del mundo.
De hecho, este es un gran problema en la vida de mucha gente actualmente: no saben lo que deben dar a Dios y tampoco lo que deben dar al mundo.
Todos vivimos en una realidad social: una ciudad, un país, un gobierno y no podemos estar ajenos a todas estas cosas… debemos interesarnos, debemos colaborar al justo progreso de la humanidad. Todos nosotros tenemos cosas que pertenecen al “César” y debemos prestar cuentas a él. Negar esto sería una gran alienación. La sociedad civil, la política, el mundo de la cultura, la ecología, las finanzas… necesitan también de nuestra colaboración, de nuestra participación. Mientras vivimos en este mundo, no podemos esquivarnos de nuestras obligaciones para con él, aun menos con la justificación de que somos personas espirituales y no nos interesa lo material. Mientras no vivimos sin comer, sin estar en una sociedad, sin utilizar de bienes públicos, no podemos simplemente “lavarnos las manos” y decir: ¡esto no me interesa! Lo que tenemos que aprender es el modo cristiano de colaborar para el bien del mundo…y tenemos que dar la parte que corresponde al “César” ya que Dios no quiere recibir lo que pertenece al “César”. Por eso, todos los cristianos tienen la obligación moral de colaborar para el bien del mundo: interesándose por la vida política, ayudando en proyectos de conservación de la naturaleza, participando en asociaciones vecinales, iluminando a los legisladores para que aprueben leyes justas y buenas…
A veces me parece que existen muchos cristianos que se olvidan de esto (lo que es muy triste) pues nuestra vocación se queda mutilada.
Sin embargo, también es verdad que infelizmente muchas personas se olvidan completamente que no todo puede ser dado al “César”. Existen muchos que viven solamente en las cosas del mundo y consumen toda su vida con la política, con las asociaciones, con la cultura, con el trabajo, con las cuentas… y algunos hasta sólo con cosas fútiles y completamente transitorias. Nadie debería olvidarse que nuestra vida humana es mucho más que estas cosas mundanas. El hombre pierde el sentido de la vida cuando empieza a dar al “César” todo lo que tiene, incluso hasta las cosas que son de Dios: nuestra alabanza, nuestra capacidad de amar, nuestra vocación, nuestra escucha…
Existen personas que glorifican a hombres, actores, cantores, políticos… le corren atrás, les imitan, les obedecen, les defienden como si fueran dioses, y dan a ellos lo que sólo a Dios pertenece. Esto es una gran equivocación: ellos se transforman en ídolos y los ídolos siempre contaminan y destruyen nuestras vidas.
Existen personas que gastan todo su tiempo, su inteligencia, sus capacidades solamente con las cosas del mundo y al final, aunque muy cansadas, están vacías pues se están disipando en cosas insignificantes.
Hoy cada uno de nosotros debe preguntarse: ¿estoy yo dando al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios?
¿Cuál podría ser un criterio para no dejar a Dios sin su parte? Bueno, los consagrados decidieron dar la mayor parte de sus vidas a Dios, aunque no deben olvidar de un mínimo indispensable que deben también dar al “César”. Para los demás cristianos, los laicos, creo que un buen criterio es aquel que encontramos en la Biblia: el diezmo, esto es, la décima parte. Todos los que están en el mundo, deben consagrar a Dios al menos diez por ciento de todas las cosas de la vida. O sea: no sólo diez por ciento del salario debería estar destinado para la caridad, para las obras de la Iglesia, para la evangelización sino que también –por lo menos– 10% del tiempo debe ser destinado para la oración, para ir a la Iglesia, para participar de un grupo eclesial, para estudiar la Biblia, para visitar a los enfermos, para hacer voluntariado… ; por los menos 10% de la inteligencia debe ser destinada para hacer crecer las obras de Dios; por los menos 10% de las energías físicas deben ser consumadas en el servicio a los demás; por los menos 10% de nuestra capacidad de amar debemos dar para aquellos que no son nuestros parientes y amigos, esto es, para los pobres, los enfermos, los marginados…
Si hacemos esto, tengo la certeza de que nuestras vidas se transformarán radicalmente. Dios no exige que todos le den a él toda su vida, pero es muy celoso de su diezmo. No dar a Dios al menos 10% de todo lo que tenemos y somos, es robar a Dios y –por increíble que parezca– los únicos damnificados con este robo somos nosotros mismos. Es justamente este 10% el que dará sentido a toda nuestra vida, el que nos permitirán saber que no somos esclavos del “César”.
¡Oh, mi Dios! enséñame en primer lugar a saber lo que es del César y lo que es tuyo… y dame la generosidad de dar al César lo que le pertenece y a ti lo que es tuyo.
El Señor te bendiga y te guarde,
El Señor te haga brillar su rostro y tenga misericordia de ti.
El Señor vuelva su mirada cariñosa y te dé la PAZ.
Hno. Mariosvaldo Florentino, capuchino.